La popularidad de Obama
Encuestas versus realidades
Por Herman Beals
NUEVA YORK. El mismo día que se informaba que Estados Unidos deberá pedir prestado 43 centavos por cada dólar que gaste para poder llevar a cabo los ambiciosos proyectos de Barack Obama, la Encuesta Gallup revelaba que la popularidad del presidente había subido del 63 al 66 por ciento en la primera semana de mayo, aunque el endeudamiento del país provoca serias preocupaciones e interrogantes sobre el comportamiento del gobierno demócrata.
La explicación para esa clara contradicción residiría en que la personalidad de Obama sigue entusiasmando a una alta proporción de sus compatriotas y en el hecho de que el mandatario se esfuerza por cultivar su imagen populista.
Los altos números de Obama no son nada nuevo en la historia de los presidentes norteamericanos. Otros, incluso han sobrepasado su 66 por ciento en los primeros meses de gobierno sólo para declinar estrepitosamente con el paso del tiempo. Así sucedió con George W. Bush y hasta con Jimmy Carter, quien es conocido y admirado en el extranjero por su defensa de los derechos humanos pero que, internamente, está considerado entre los más ineptos gobernantes que hayan pasado por la Casa Blanca.
Obama no pierde la oportunidad de achacar todas las miserias financieras actuales a su antecesor, y eso también le atrae simpatías entre sus compatriotas, pero con cada día que transcurre, la “economía de Bush” pasará a ser “la economía de Obama”, con todos los riesgos que ello trae aparejados en estos tiempos de profunda recesión y multibillonario déficit fiscal.
Con el desempleo bordeando el 9 por ciento, la industria automovilística y el sector de la vivienda en ruinas, dos guerra en marcha (en Iraq y Afganistán), con algunos de los más importantes bancos aún en necesidad de ayuda, y con los norteamericanos con poco ánimo de incurrir en gastos que no sean estrictamente necesarios, las difíciles condiciones económicas podrían perdurar más allá de los optimistas cálculos iniciales del gobierno.
Aún así, Obama y su Partido Democrático confían en que la recesión habrá terminado, o por lo menos se habrá atenuado con antelación a los comicios legislativos y de gobernadores del próximo año, conocidos como elecciones de medio término, a fin de mantener la clara mayoría que tienen en el Congreso, que es vital para la agenda de centro izquierda del actual gobierno.
Es posible que ello ocurra, dado las enormes sumas comprometidas por el gobierno para estimular la economía y por los ciclos tradicionales de alzas y bajas financieras en Estados Unidos. Pero lo que no se irá son las monumentales deudas en que están incurriendo Obama y su mayoría legislativa.
Sólo días después de que Obama había declarado que su gobierno rebajaría los gastos federales en 17.000 millones de dólares mediante recortes que afectan principalmente al sector de defensa, El orgullo con que se hizo ese anuncio se transformó en vergüenza cuando la Casa Blanca confesó que se había quedado corta en sus cálculos presupuestarios y que había que agregar 89.000 millones de dólares a la columna de gastos para llegar a un déficit sin precedente de 1.800 billones de dólares.
Para que los admiradores del presidente no se sientan defraudados por las perturbadoras cifras, el gobierno, para variar, volvió a culpar a Bush de la debacle.
En gran parte el déficit es causado por la crisis económica heredada por este gobierno, afirmó el director del presupuesto, Peter Orszag.
Aparentemente el 66 por ciento que admira a Obama todavía cree en esa explicación. Pero, en opinión de muchos, la excusa se está tornando repetitiva y poco convincente.