Friday, November 9, 2012

MI MARIDO Y YO

 A la sombra de un gran hombre

Angélica Mora
Apuntes de una Periodista
Nueva York

La relación profesional con mi esposo Herman Beals siempre ha sido... no se como calificarla.
Explico: Tremendo periodista, llegó a la cúpide de su carrera al dirigir el Departamento para América Latina de la United Press International. Estuvo en otras agencias de noticias. Escribió para radio, revistas y periódicos, entre ellos Newsweek. Cubrió eventos internacionales; y en deportes los mundiales de Fútbol (desde el de Chile en 1962).
Su curriculum es brillante y lo he envidiado siempre en su estilo y porque ha viajado por medio mundo.
Jubilado, pese a lo brillante y quizás por eso, no quiere seguir escribiendo... a menos que le paguen. Su razonamiento es: "si llamo a un plomero tengo que pagarle... por qué no me van a pagar a mí por lo que escribo".
Yo por mi parte no espero dinero, porque los artículos en los blogs no son remunerados. Y no me paga nadie -ni la CIA- ni nadie, como me acusa la seguridad del estado cubana.
Escribo sencillamente "porque si no reviento" como dice mi amigo y colega  Manuel Vázquez Portal.
La cosa es que mi marido escribe de vez en cuando para mis blogs y tengo que pagarle. Entre los pagos está hacerle sus comidas favoritas. Como consecuencia, el Hombre se está poniendo últimamente bien gordito.


JAZMÍN Y JASMIN

9 de noviembre, 2012

 Herman Beals
Esta es una historia real que tiene, creo, un final divertido.
Durante nuestra última visita a Chile, fui con Angélica (Mora) a una de las grandes tiendas al estilo estadounidense que han proliferado en el rico y moderno país sudamericano.
El propósito era comprar una valija para suplementar las ya colmadas maletas con regalos y artículos adquiridos por mi mujer.
Cuando entramos a la tienda vi que tenía una farmacia y recordé que debía comprar Diaren, un remedio que hay en Chile para la gastroenteritis y otros transtornos intestinales.
(En un viaje anterior, el agua chilena me había “desconocido”, al extremo de que un familiar me llevó a una clínica donde el médico me puso una inyección y me recetó Diaren. Desde entonces lo compramos por cantidades para tener una remesa en Estados Unidos).
Junto a una atractiva joven de unos 20 años que nos servía de guía en esos momentos, nos dirigimos a la farmacia y yo pregunté a la vendedora si tenía Diaren.
Si, me dijo y me mostró una cajita que contiene las píldoras.
¿Cuántas cajas tiene?, le pregunté.
Nueve, me dijo.
Démelas todas, le repliqué.
Se rió mientras me miraba con sorpresa, pero puso las nueve cajas sobre el mostrador.
En ese momento, nuestra guía le dijo a la vendedora que ella también quería comprar algo y mencionó que deseaba “Jasmín”.
La vendedora volvió con una cajita que le pasó a la joven.
Yo le dije que yo también pagaba esa caja de Jasmín y así lo hice, a pesar de que nuestra guía protestó que era caro y lo quería pagar ella.
Si la farmaceuta puso cara de sorpresa cuando le compré las nueve cajas de Diaren, su expresión de incredulidad aumentó con mi adquisición del Jasmin. Yo creo que pensó que hay que sufrir mucho de diarrea para usar tanto Diaren y también ser bastante descarado para comprar Jasmin para una muchacha que bien podría haber sido mi nieta.
Ya de regreso en Villa Alegre --300 kilómetros al sur de Santiago por la antigua Carretera Panamericana, ahora convertida en la moderna Ruta 5, una autopista que prueba la paciencia y el bolsillo de los chilenos debido a sus numerosos puestos de peaje donde deben pagar altas tarifas a una empresa concesionaria española—me acordé de los medicamentos adquiridos en Santiago, y por curiosidad pregunté a Rosario, la esposa de mi primo Jaime, para qué servía un remedio llamado Jasmín.
“Chary” me miró con la misma sorpresa de la vendedora en la farmacia y me dijo: “Es una píldora anticonceptiva”.
Eso lo explicaba todo.
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Wednesday, November 7, 2012

LOS LATINOS Y OBAMA

NY, 8 NOVIEMBRE 2012

 

Herman Beals
Los votantes de ascendencia latinoamericana, que contribuyeron decisivamente a la reelección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos, se han apresurado a recordar al mandatario que “no hay almuerzo gratis”, un adagio favorito de los norteamericanos para indicar que todo se paga en la vida.
Obama recibió más del 70 por ciento de los votos procedentes de los latinos nacionalizados (y quizás de una pequeña proporción de indocumentados sin derecho legal al sufragio).
La cifra contrasta fuertemente con el sólo 27 por ciento de los votantes latinos que prefirieron al candidato republicano, Mitt Romney.
La población de ascendencia latinoamericana es el sector demográfico de mayor crecimiento en Estados Unidos. La gran mayoría se encuentra legalmente en el país, pero hay también 11 millones de indocumentados, según cifras emanadas de las autoridades y de organizaciones dedicadas a proteger a los inmigrantes, tengan estos papeles oficiales o no.
En la elección del 6 de noviembre los latinos aportaron el 10 por ciento de la votación general. En el año 2010 esa proporción había sido del 9 por ciento y dos años antes del 8 por ciento.
Las cifras indican que para ganar la elección, es indispensable que cualquier candidato a la presidencia -sea demócrata o republicano- debe atraer a una buena cantidad de votantes latinos o de otras “minorías”.
Y eso fue lo que hizo Obama: más del 70 por ciento de los latinos, una cifra superior al 50 por ciento entre los asiáticos estadounidenses y más del 90 por ciento entre la población negra que generalmente se inclina por los candidates demócratas, preferencia que, en el caso del actual mandatario, es aún más fuerte por el vínculo de raza.
Al día siguiente de la elección y cuando aún el presidente celebraba su victoria, los dirigentes de varias organizaciones anunciaron que harían una manifestación frente a la Casa Blanca para recordarle a Obama que debía devolver el favor.
Esos grupos desean que el mandatario haga buena lo más rápidamente possible su promesa de impulsar una legislación que reforme las leyes de inmigración.
El propósito final es que los indocumentados tengan la posibilidad de vivir de manera legal en el país e incluso puedan nacionalizarse, si cumplen con algunas condiciones.
El anterior presidente, George Bush, trató, pero fracasó, de impulsar una reforma a la ley de inmigración. Sus correligionarios en el Congreso dijeron que se trataba de una amnistía disfrazada para favorecer a los ilegales, y la propuesta legislación murió sin pena ni gloria.
El esfuerzo de Bush, sin embargo, fue reconocido por los inmigrantes latinos y lo apoyaron en la votación que le dio sus segundos cuatro años en la mansion presidencial.
En los meses anteriores a la elección del año 2008, que le premió con su primer período presidencial, Obama prometió que impulsaría una reforma para poner fin a los problemas de inmigración.
Pero eso fue todo. Su promesa se quedó en promesa.
Probablemente para que esa situación no se repita, los grupos interesados le están cobrando la palabra inmediatamente al mandatario, quien, ya antes de su reelección había admitido que la votación de los latinos era vital para sus pretensiones.
Como dicen, “no hay almuerzo gratis”. Ni siquiera para Obama.

OPORTUNIDAD PERDIDA

NY, 7 DE NOVIEMBRE, 2012

Herman Beals

Debido a su falta de carisma, mal asesoramiento y decisiones equivocadas, Mitt Romney perdió una elección que era más fácil ganar que desperdiciar .
A pesar de su inepto primer período, Barack Obama fue reelegido gracias a una mejor estrategia electoral y una buena comprensión por los demócratas de las cada vez más importantes minorías compuestas por los votantes negros y de procedencia latinoamericana que han surgido en Estados Unidos.
Nada hace vaticinar que los próximos cuatro años de Obama en la Casa Blanca serán diferentes a lo ocurrido desde el 2008 hasta ahora, con el país sumido en una crisis económica y una deuda externa que podría llevarlo por la misma desafortunada senda de Grecia o España.
La victoria en las urnas electorales del primer presidente de raza negra que haya tenido el país fue una recompensa que, a todas luces, no se merecía.
Los éxitos de Obama pueden contarse con los dedos de una mano, mientras que sus deficiencias e incumplimientos de sus promesas demagogas son muchas.
Todos esos hechos, sin embargo, no fueron suficientes para ocultar los factores negativos de la candidatura de Romney, el millonario del estado liberal de Massachusetts que nunca pudo explicar claramente cuál era la medicina que proponía para curar los males de la nación.
El  martes 6 de noviembre una suficiente mayoría de votantes dejó en claro que para ganar la  presidencia se necesitaba algo más que proclamar logros obtenidos como  hombre de negocios de éxito.
Ese fue al argumento esgrimido hasta el cansancio por Romney  para diferenciarse de los antecedentes de “organizador comunitario” utilizados por Obama para ascender en la escalera política de Chicago y del Partido Democrático.
Por supuesto, Romney  no es el único culpable de la derrota. Sus colaboradores en la larga y costosa campaña electoral parecieron aficionados en comparación con las tácticas utilizadas por los asesores de Obama, quienes se propusieron lograr la reelección a como diera lugar, sin importar si los métodos conducentes hacia ese fin eran legítimos o no.
Pero, quizás el hecho más decisivo para la derrota en la carrera presidencial reside en el Partido Republicano mismo y su intransigente “establecimiento”, el sector que impone desde sus esferas privilegiadas el curso a seguir, especialmente con la designación de los candidatos a cargos de elección popular.
Hasta antes de las elecciones primarias, había varios candidatos que parecían más atractivos que Romney para alcanzar la presidencia, pero uno a uno se fueron alejando por considerar que no tenían posibilidades de que sus credenciales fueran consideradas legítimas por la “élite” republicana.
Enseguida Romney se impuso a un mediocre grupo de aspirantes, y aunque nunca fue aceptado plenamente por los sectores más conservadores del partido, al final el “establecimiento” en Washington lo acogió como “su” candidato, con las consecuencias que ahora la mitad del país lamenta.
 ¿Moraleja?
El Partido Republicano debe adaptarse a los tiempos y al pensamiento de la mayoría de sus miembros, desechando las obtusas posiciones de unos pocos... pero, por ahora, esa es otra historia.