9 de noviembre, 2012
Herman
Beals
Esta es una
historia real que tiene, creo, un final divertido.
Durante
nuestra última visita a Chile, fui con Angélica (Mora) a una de las grandes tiendas al
estilo estadounidense que han proliferado en el rico y moderno país
sudamericano.
El
propósito era comprar una valija para suplementar las ya colmadas maletas con
regalos y artículos adquiridos por mi mujer.
Cuando
entramos a la tienda vi que tenía una farmacia y recordé que debía comprar
Diaren, un remedio que hay en Chile para la gastroenteritis y otros transtornos
intestinales.
(En un
viaje anterior, el agua chilena me había “desconocido”, al extremo de que un
familiar me llevó a una clínica donde el médico me puso una inyección y me
recetó Diaren. Desde entonces lo compramos por cantidades para tener una remesa
en Estados Unidos).
Junto a una
atractiva joven de unos 20 años que nos servía de guía en esos momentos, nos
dirigimos a la farmacia y yo pregunté a la vendedora si tenía Diaren.
Si, me dijo
y me mostró una cajita que contiene las píldoras.
¿Cuántas
cajas tiene?, le pregunté.
Nueve, me
dijo.
Démelas
todas, le repliqué.
Se rió
mientras me miraba con sorpresa, pero puso las nueve cajas sobre el mostrador.
En ese
momento, nuestra guía le dijo a la vendedora que ella también quería comprar
algo y mencionó que deseaba “Jasmín”.
La
vendedora volvió con una cajita que le pasó a la joven.
Yo le dije
que yo también pagaba esa caja de Jasmín y así lo hice, a pesar de que nuestra
guía protestó que era caro y lo quería pagar ella.
Si la
farmaceuta puso cara de sorpresa cuando le compré las nueve cajas de Diaren, su
expresión de incredulidad aumentó con mi adquisición del Jasmin. Yo creo que
pensó que hay que sufrir mucho de diarrea para usar tanto Diaren y también ser
bastante descarado para comprar Jasmin para una muchacha que bien podría haber
sido mi nieta.
Ya de
regreso en Villa Alegre --300 kilómetros al sur de Santiago por la antigua
Carretera Panamericana, ahora convertida en la moderna Ruta 5, una autopista
que prueba la paciencia y el bolsillo de los chilenos debido a sus numerosos
puestos de peaje donde deben pagar altas tarifas a una empresa concesionaria
española—me acordé de los medicamentos adquiridos en Santiago, y por curiosidad
pregunté a Rosario, la esposa de mi primo Jaime, para qué servía un remedio
llamado Jasmín.
“Chary” me
miró con la misma sorpresa de la vendedora en la farmacia y me dijo: “Es una
píldora anticonceptiva”.
Eso lo
explicaba todo.
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