Monday, September 29, 2014

LA "BIBLIA" DEL BÉISBOL

Por Herman Beals
29 de Sept, 2014
Alfredo Franceschi me enseñó a escribir de béisbol. Yo le ayudé a adquirir el idioma simple, sencillo y directo de las agencias de noticias, por lo menos como era de rigor entonces, una práctica lamentablemente abandonada ahora en aras de las preferencias políticas.
Delgado como un palo de fósforo, de un incipiente bigotito que se resistía a salir, Alfredo estaba ansioso por aprender. Y así lo hizo.
Don Carlos Villar Borda, un gran periodista colombiano y alto ejecutivo de United Press International, había contratado a Franceschi para que cubriera el béisbol de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá en 1973. Yo era el ayudante extraoficial de Villar Borda, ahora fallecido, en cuestiones deportivas y, por lo tanto, |puso a Alfredo bajo mi responsabilidad.
En esos tiempos, todo se hacía por teléfono ypor  las antiguas máquinas de escribir Underwood. Alfredo iba a los encuentros de béisbol y al final me llamaba para dictarme las incidencias del juego.
El problema era que yo, chileno de nacimiento, sabía bastante de fútbol y otros deportes, pero absolutamente nada de béisbol. Alfredo, con una paciencia de santo, me dictaba las acciones más importantes, y los “numeritos” finales.
Esas cifras eran un misterio para mi, más acostumbrado a los goles que a las carreras y los jonrones. Pero la paciencia de Alfredo dio frutos y al fin pude comprender de que se trataba esta apasionante deporte.
Incidentalmente, recuerdo que para esos juegos en Panamá caí en el desfavor del gobernante de entonces, el coronel Omar Torrijos. Yo escribí que el militar había cometido un acto de lucimiento personal al aterrizar en el estadio durante la ceremonia de inauguración del torneo, lo cual no fue del agrado del coronel.
Yo me enteré del disgusto del coronel por casualidad. Quizás por recomendación del mismo Alfredo o de Tomas Cupas, unn famoso narrador de boxeo que era el corresponsal en de UPI en Panamá. La agencia había contratado a una jovencita para que trasladara a los reporteros de un estadio a otro y de vuelta a la oficina. Ella se me acercó y me informó del malestar de Torrijos.
Yo le agradecí y le pregunté como se había enterado. “Mi papá, que es uno de sus ministros me lo contó”, me dijo. “El lo defendió a usted”. Nunca supe el nombre de ese generoso señor.
Alfredo hizo un trabajo aceptable en esos juegos y pasó ser un miembro del equipo deportivo, aunque no era empleado permanente de UPI.
En esa calidad, cubrió para la agencia más de una docena de Olimpiadas, Juegos Panamericanos y otros torneos de importancia, entre ellos los campeonatos mundiales de béisbol de 1970 en Colombia y de 1973 en Cuba.
En UPI decíamos que Alfredo era la biblia del béisbol. Sus amplios conocimientos los había incrementado a través de los numerosos peloteros panameños que era sus amigos y que jugaban con éxito en las Grandes Ligas. Rod Carew era, y es, su amigo, y cuando Franceschi venía a Estados Unidos, se alojaba en la residencia de Roberto Kelly, de los Yankees, y ahora coach de primera base de los Gigantes de San Francisco.
No sólo el béisbol y otros deportes han ocupado un lugar importante en la vida de Alfredo. El y su gentil esposa han dedicado las últimas décadas a cuidar a Alfredito, quien nació con algunas enfermedades y quien requiere permanente atención. Tengo entendido que Alfredo está escribiendo un folleto sobre su experiencia con su hijo, a quien adora.
Recuerdo que al final de los Juegos Panamericanos de Indianapolis invité a Alfredo a mi casa, entonces en Virginia, en las afueras de Washington. Hicimos el viaje por tierra y a las seis o más horas de camino Alfredo comenzó a mostrar su impaciencia. Panamá es un país hermoso pero pequeño. Las distancias son grandes en los Estados Unidos.
Ahora yo vivo con mi familia en el estado de Nueva York, relativamente cerca de Copperstown, el pintoresco pueblo de montaña sede del Salón de la Fama del Béisbol donde, si hubiera sitio para los escritores latinoamericanos de ese deporte, Alfredo Franceschi tendría un lugar asegurado.