
Herman Beals
Texas
Si los texanos pudieran juntar todos los restos de maquinaria petrolera y agrícola, vehículos viejos y molinos extractores de agua abandonados que hay en los patios de sus casas, y hacer con ellos una montaña de ruinas, probablemente podrían llegar al cielo.
En todos mis viajes al gran estado de Texas, siempre me ha maravillado la cantidad de hierro enmohecido que hay en esos equipos, camionesd y automóviles dejados a su suerte después que dejaron de ser útiles.
No es que los texanos sean sucios. No hay montones de basura entre las ruinas, como sucede en partes del estado de Nueva York, por ejemplo o en algunos sectores de Filadelfia, la ciudad del eterno amor pero también de la decadencia ruinosa.
El lema del estado es un amenazante “Dont mess with Texas”, lo que, en su sentido orginal quería decir que nadie debía meterse, militar o políticamente con la región, en la que todavía hay resabios de república independiente, separada de Estados Unidos.
En la actualidad, el lema de “No se metan con Texas”, se aplica más bien al medio ambiente y la necesidad de mantener el estado limpio. Es un juego de palabra, porque “mess” usada como sustantivo significa basura, desperdicios.
Los texanos son orgullosos de su tierra, generadora de de petróleo, vacas y productos agrícolas y, en el pasado, de los tradicionales “cowboys” hechos legendarios primero por los relatos de Zane Grey y, después, por John Wayne y sus películas basadas en su creencia de que “un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer”.
El petróleo ha ido desapareciendo, pero las vacas todavía siguen existiendo en grandes cantidades en los campos texanos. Los vaqueros ya no andan más a caballo; ahora usan jeeps y camionetas, pero su función es la misma: cuidar el ganado, asegurarse de que los pozos proporcionen agua en la tierra a veces semi desértica, que los terneros sigan a sus madres y que, cuando llegue la hora, los animales sean llevados a corrales para su venta y su sacrificio final.
En medio de este paisaje de maquinaria abandonada, pozos petroleros secos, molinos de viento cuyas aspas no han rotado desde hace años, millones de vacas, cabras y ovejas, Texas se ha alzado como un estado de inmensas riquezas tecnológicas, científicas y electrónicas que generan un producto interno bruto similar al de la India o Canadá.
Sus ciudades son modernas y su población es una mezcla de todas las nacionalidades con prominencia de mexicanos que, por algo, eran los dueños del amplio territorio hasta que lo perdieron en el pasado.
Todo eso es evidente a simple vista. Los texanos se ufanan de que en su estado “todo es más grande”, y en cierto modo lo es. Las distancias son enormes, un café “pequeño” equivale a un café “grande” en otras partes. La amabilidad de su gente es legendaria, como también lo es su seriedad cuando llega el momento de serlo.
Y en medio de todo esto, para un observador llegado de otras tierras, como yo, las maquinarias abandonadas y la escalera al cielo que podría construirse con ellas, no dejan de maravillar.
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