Saturday, October 30, 2010

VICTORIA PARA LAS HOJAS

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Herman Beals

Era una batalla desigual y las hojas ganaron.

A poco de llegar el otoño en Estados Unidos (cuando la primavera comienza a florecer en el hemisferio sur), las hojas caídas de los centenarios árboles que rodean nuestra casa sepultaban las vías férreas de mi tren de jardín, paralizando las “operaciones” y causando dolor en mi espalda.

Por eso, hace meses tomé la decisión de mudar el tren desde debajo de los árboles hasta la orilla de la laguna que hay al fondo del jardín.

Allí las hojas son reemplazadas por patos y gansos canadienses que hacen escala en su largo viaje a las tierras más cálidas de Florida para escapar de la nieve invernal, por inofensivas salamandras y por algunos peces multicolores, si es que han sobrevivido a las aves rapaces, como los blue heron que, paradójicamente, llegan en el verano desde el sur del país en busca de alimento.
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Sin embargo, la decisión de trasladar mi imperio ferroviario (como lo llama un amigo) tuvo que ser retrasada por diversas circunstancias, una de las cuales –y no la menor de ellas-- obtener el visto bueno de Angélica para invadir el perímetro de la laguna.
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La razón principal, empero, fue dejar el tren en el lugar en que había estado en los últimos cinco años para que pudiera ser visto por los hijitos de Jennifer y Carlos, quienes vinieron desde Texas y Chicago en octubre para celebrar el cumpleaños de la abuela.

Dos de esos nietos son realmente aficionados a los trenes, una tradición familiar que se remonta a más de 150 años, cuando los primeros Beals emigraron de Inglaterra a Chile para trabajar en la construcción de la vía férrea que, en sus mejores tiempos, se extendía desde el implacable desierto nortino hasta los cristalinos lagos y bosques del sur del país.

Yo siempre sospeché que aquellos Beals habían emigrado para escapar de las inclementes prisiones británicas o, en el mejor de los casos, habían sido piratas, pero como ese tema era peliagudo, la familia llegó a la conclusión que lo mejor era decir que en verdad eran ferroviarios.

La espera para la mudanza de las líneas valió la pena. Charlie, el hijito de Carlos, es loco por los trenes y, a pesar de que sólo tiene cinco años, puede identificar locomotoras, vagones y hablar con propiedad de señales y derechos de vía. Su primo, Carlos, un año menor, va por la misma senda, para orgullo del abuelo y de Jennifer.

Los trenes de jardín son muy populares en Europa, donde se originaron, y en Estados Unidos, donde está el mayor mercado mundial para este “hobby”.

Como esa popularidad no se ha extendido a América Latina, una breve explicación acerca de los trenes de jardin o “al aire libre”.

Hay tres tamaños en los trenes de jardín, denominados génericamente como Escala G. El tamaño de la escala más popular es 332, lo cual quiere decir que una máquina que arrastra trenes de pasajeros o de carga es 332 veces más grande que la más grande de las mías.

Las locomotoras se alimentan de electricidad aplicada a las vías (generalmente entre 18 y 24 voltios), lo que inofensivo para los seres humanos, incluyendo los niños, pero en más de una ocasión he visto a una ardilla saltar al pasar por sobre los rieles, víctima de una sensación desconocida, pero no muy peligrosa. Gatos y perros aqprenden pronto que esos metales paralelos que hay en el jardín no son senda adecuada para sus andanzas, pero los topos parecen disfrutar de la protección que le prestan los rieles y hacen allí sus excavaciones.

La nieve y las hojas son los peores enemigos de los trenes de jardín, aparte de los topos. A medida que avanzan los años, la tarea de despejar las vías de una gruesa capa de hojas se hace cada vez más difícil y de ahí que la gerencia de mi tren, Bear Creek and Black Rock (BC&BR), haya decidido cambiar de ambiente.
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La construcción está en pleno auge, aunque ya está empezando a llegar la nieve. Los planes son que en la próxima primavera las operaciones estén en todo su apogeo, pero el propietario del tren tiene una horrible sospecha:

¿Qué pasa si patos y gansos canadienses, famosos por arruinar canchas de golf con el abundante y poco oloroso material que descargan por doquier, deciden que las vías férreas son tan buenas como el césped para depositar sus desechos?

Además, los venados visitan la laguna en invierno para tomar agua o para “patinar” sobre su superficie si está cubierta por una capa de hielo. Estos animales pesan 100 o más kilos y fácilmente pueden causar daños en las instalaciones ferroviarias.
Pero esos son riesgos que hay que correr. Mucho peor son las hojas.

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2 comments:

  1. Don Herman, sus deseos son órdenes para mí...

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  2. Que historia tan bonita!

    Sus trenes, su lago, los nietos, las hojas...

    ¿Sabe quien triunfo, Señor, Beals?

    Las hojas y Ud...

    Angélica no podia negarse ante un trabajo tan bello. Aparte..el amor todo lo puede.

    Mis respetos.

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