Sunday, February 7, 2010

EL TESORO DE TARZAN

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Herman Beals
La primera película que ví en mi vida fue El Tesoro de Tarzán. Confieso que más que las hazañas del “hombre mono”, lo que más me interesó fueron las piruetas de la mona Chita y las piernas desnudas de Mauren O’Sullivan en su papel de Jane Parker, y quizás no en ese orden.
Pero si las proezas de Johnny Weissmuller, quien había sido campeón múltiple de natación en dos olimpiadas en la década de 1920 no me impresionaron mucho, la magia de la cinematografía me dejó maravillado.
Lo mismo sucedía con mi amigo Carlos Gutiérrez, quien aplaudía cada vez que Tarzán se deslizaba de árbol en árbol con la ayuda de lianas, o cuando los elefantes acudían a socorrerlo.
Carlos no tenía dinero suficiente para pagar la entrada a la “platea”, pero se ganaba el derecho anunciando las películas de cada fin de semana recorriendo el pueblo armado de una bocina y gritando a todo pulmón en cada esquina: “Vengan a ver a Johnny Weissmuller en El Tesoro de Tarzán, la última gran película del Hombre Mono”, o algo por el estilo.
Carlos era mi compañero de banco en la escuela. Su padre era el recolector de basura del pueblo. Lo hacía en una carreta tirada por una yunta de bueyes que eran mantenidos en un corral techado en el patio de la Municipalidad, que quedaba frente a mi casa.
Yo tenía ocho o nueve años y nunca he olvidado esa noche, no tanto por la película como por lo que sucedió después.
El “teatro” de Chanco consistía de dos piezas de una casa antigua de techo alto que habían sido convertidos en una sola sala, con un agregado de madera en la parte de atrás que era la “galería” o acomodación barata, mientras en la parte baja estaba la “platea” para quienes podían pagar dos o tres pesos por la entrada.
Esa noche recibí una amarga lección acerca de la diferencia que había entre platea y galería, una experiencia desagradable que he tratado de soslayar desde entonces.
Cuando regresé del cine, mi padre me preguntó: ¨¿Cuántas personas había en el teatro?”
Hice un rápido cálculo. Quince en la platea, incluyéndome a mi y a Carlos, veinte personas en la galería, por lo cual le contesté “unas treinta y cinco”.
“No sea mentiroso (nunca me trató de tú). “En Chanco”, me dijo, “no habemos 35 personas”.
Yo creí que estaba bromeando y le dije que no las había contado, pero que 35 me parecía una cantidad apropiada.
Entonces, para mi sorpresa, me dijo muy serio y hasta enojado que los espectadores que estaban en la galería no eran personas.
“En este pueblo”, agregó, “las personas no pasamos de diez.. los demás son gente”.
Yo recordé que Tarzán hablaba sólo lo indispensable y ahí mismo seguí su ejemplo.

3 comments:

  1. Yo tambien vi la serie y tambien estoy de acuerdo que las monerias de chita y las piernas y el cuerpo de la compañera de Tarzan eran buenas.

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  2. Cuando pequena mi padre me llevaba al cine. Habian cientos en La Habana. Hoy no llegan a una docena.

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  3. Sr Beals fueron varios libros que llevaron como peliculas y este es uno de los primeros. me los lei todo y vi todas las peliculas y estoy de acuerdo que las piernas eran buenas. de la ctiz por cierto.
    saludos

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