Por Herman Beals
Hook, line, and sinker es una expresión
norteamerica para indicar -entre otras cosas- que alguien ha sido sorprendido con los
pantalones abajo.
Eso es exactamente
lo que ha pasado con Barack Obama a manos de Vladimir Putin, el ex
agente de la temida KGB que ahora, aprovechando la ineptitud del
presidente norteamericano, se da el lujo de dar lecciones a Estados
Unidos.
Pocas veces en la
historia, la mayor potencia del mundo ha servido en bandeja una
ocasión para que ser menospreciada, como lo ha hecho el presidente
ruso a propósito de Siria, el despótico regimen de ese país y los
peligrosos rebeldes que quieren derrocar al odiado Bashar Assad.
Putin aprovechó la
inseguridad y hasta el miedo que emanaban del mandatario
estadounidense sobre su renuente iniciativa de atacar a Siria, para
impulsar la idea de que ese país ponga sus mortíferas armas
bioquímicas en manos de las Naciones Unidas.
Obama, atacado en su
país por tratar de negar que él hubiera impuesto una
“línea roja” si Assad acudía al sarin para matar a sus
oponentes, finalmente se pronunció por un ataque limitado a Siria,
pero nunca pareció muy decidido a hacerlo.
Su vacilación,
unida a la creciente oposición de los estadounidenses a involucrarse
en una guerra en la cual los rebeldes pueden resultar tan peligrosos
como Assad para Estados Unidos, hizo que el presidente acogiera con
los brazos abiertos la iniciativa de Putin. Hook, line, and sinker.
El mandatario ha
sido “ayudado” en sus vacilantes posiciones por las declaraciones
de su secretario de Estado, John Kerry, y por los recuerdos de la
antecesesora de éste, Hillary Clinton, cuyos cuatro años a cargo
de la política exterior del país parecen haber sido mucho más
opacos y perjudiciales que los admiradores de la casi cierta
candidata presidencial tratan de hacer olvidar. El mortal ataque del
consulado estadounidense en Bengazi es uno de sus puntos más
negativos, pero no es el único.
Putin no sólo logró
poner de manifiesto la falta de experiencia internacional de Obama
con su iniciativa, sino que arrojó sal sobre la herida con un
artículo en The New York Times destinado a resaltar la idea de que
el poderío de Estados Unidos es una cosa del pasado en la era del
actual presidente.
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