Herman Beals
Los votantes de ascendencia latinoamericana, que
contribuyeron decisivamente a la reelección de Barack Obama como presidente de
Estados Unidos, se han apresurado a recordar al mandatario que “no hay almuerzo
gratis”, un adagio favorito de los norteamericanos para indicar que todo se
paga en la vida.
Obama recibió más del 70 por ciento de los votos procedentes
de los latinos nacionalizados (y quizás de una pequeña proporción de
indocumentados sin derecho legal al sufragio).
La cifra contrasta fuertemente con el sólo 27 por ciento de
los votantes latinos que prefirieron al candidato republicano, Mitt Romney.
La población de ascendencia latinoamericana es el sector
demográfico de mayor crecimiento en Estados Unidos. La gran mayoría se
encuentra legalmente en el país, pero hay también 11 millones de
indocumentados, según cifras emanadas de las autoridades y de organizaciones
dedicadas a proteger a los inmigrantes, tengan estos papeles oficiales o no.
En la elección del 6 de noviembre los latinos aportaron el
10 por ciento de la votación general. En el año 2010 esa proporción había sido
del 9 por ciento y dos años antes del 8 por ciento.
Las cifras indican que para ganar la elección, es
indispensable que cualquier candidato a la presidencia -sea demócrata o
republicano- debe atraer a una buena cantidad de votantes latinos o de otras
“minorías”.
Y eso fue lo que hizo Obama: más del 70 por ciento de los
latinos, una cifra superior al 50 por ciento entre los asiáticos estadounidenses
y más del 90 por ciento entre la población negra que generalmente se inclina
por los candidates demócratas, preferencia que, en el caso del actual
mandatario, es aún más fuerte por el vínculo de raza.
Al día siguiente de la elección y cuando aún el presidente
celebraba su victoria, los dirigentes de varias organizaciones anunciaron que
harían una manifestación frente a la Casa Blanca para recordarle a Obama que
debía devolver el favor.
Esos grupos desean que el mandatario haga buena lo más
rápidamente possible su promesa de impulsar una legislación que reforme las
leyes de inmigración.
El propósito final es que los indocumentados tengan la
posibilidad de vivir de manera legal en el país e incluso puedan nacionalizarse,
si cumplen con algunas condiciones.
El anterior presidente, George Bush, trató, pero fracasó, de
impulsar una reforma a la ley de inmigración. Sus correligionarios en el
Congreso dijeron que se trataba de una amnistía disfrazada para favorecer a los
ilegales, y la propuesta legislación murió sin pena ni gloria.
El esfuerzo de Bush, sin embargo, fue reconocido por los
inmigrantes latinos y lo apoyaron en la votación que le dio sus segundos cuatro
años en la mansion presidencial.
En los meses anteriores a la elección del año 2008, que le
premió con su primer período presidencial, Obama prometió que impulsaría una
reforma para poner fin a los problemas de inmigración.
Pero eso fue todo. Su promesa se quedó en promesa.
Probablemente para que esa situación no se repita, los
grupos interesados le están cobrando la palabra inmediatamente al
mandatario, quien, ya antes de su reelección había admitido que la votación de
los latinos era vital para sus pretensiones.
Como dicen, “no hay almuerzo gratis”. Ni siquiera para
Obama.