Críticas de la derecha y la izquierda
Por Herman Beals
NUEVA YORK. La derecha ataca a Barack Obama por su excesiva injerencia en el sector económico, al extremo de que muchos consideran que su gobierno trata de implantar un socialismo al estilo europeo; la izquierda lo critica por aumentar la presencia militar en Afganistán, haciendo suya una guerra que, en opinión de muchos expertos, no puede ganar; y los moderados están empezando a expresar la preocupación de que Hillary Clinton –ahora secretaria de Estado— estaba en lo cierto durante la campaña al decir que el joven y ambicioso político demócrata no tenía la experiencia necesaria para ser presidente.
En ese concierto de criterios encontrados, hay aún otro sector, encabezado por un prominente izquierdista ganador del Premio Nobel de Economía, que quisiera que el presidente dedicara aún más dinero a rescatar la economía y a sus proyectos de corte social, no importa que el déficit fiscal pueda hacerse insostenible en el futuro.
La verdad probablemente reside en el medio de esas posiciones extremas, pero lo cierto es que las dudas sobre Obama han comenzado a acumularse, especialmente porque sus supuestas soluciones para la devastadora crisis económica no están dando resultado, por lo menos hasta ahora.
La popularidad del mandatario en las encuestas lo colocan con una aprobación favorable de alrededor del 60 por ciento, pero eso ya representa una marcada baja desde sus primeros días en la Casa Blanca. Además, a muchas personas que votaron por él se les hace difícil admitir que pueden haber estado equivocadas y están dispuestas a otorgarle un tiempo más antes de emitir una opinión desfavorable.
La nueva realidad es especialmente palpable en los medios de información. La prensa que hasta antes de la elección se deshacía en elogios para Obama, ahora está teniendo segundos pensamientos al respecto.
En su afán por deshacerse de los gobiernos republicanos y de la herencia de George W, Bush, la gran mayoría de prensa apoyó ciegamente a Obama. Varios diarios importantes que adoptaron esa posición estaban ya en difícil situación económica y su “Obamanía” en vez de ayudarles les hundió aún más. Cuatro o cinco de ellos han cerrado sus puertas, Otros se han visto obligados a reducir páginas y secciones o han optado por publicar exclusivamente en la Internet,
Pero las dudas han surgido no sólo entre los órganos de prensa que pasan por dificultades económicas.
The Economist, que a pesar de su origen británico no tuvo problemas para incursionar en la política estadounidense y endosar a Obama poco antes de las elecciones de noviembre, se ha sumado ahora al coro de críticos.
“La sorpresa más grande de los primeros dos meses del señor Obama no han sido sus medidas (la mayoría de las cuales ya había anunciado), si no una cierta ausencia de competencia”, dijo la revista considerada de gran influencia en el mundo económico.
Y agregó: “El hombre que se ganó el apodo de “No Drama Obama” por su disciplinada campaña, desde que llegó al poder ha resbalado en una cáscara de banana tras otra”.
Eso es música celestial para los oídos de los opositores republicanos que, ahora desplazados de la Casa Blanca y en minoría en la Cámara de Representantes y el Senado, han denunciado como exorbitantes y perjudiciales los rescates económicos impulsados por el actual gobierno, todo ello acompañado por una excesiva injerencia en la empresa privada.
En el lado opuesto de la valla está Paul Krugman, el izquierdista Premio Nobel de Economía, profesor de Princeton e influyente columnista del diario The New York Times,
Krugman aparece esta semana en la columna del semanario Newsweek acompañado del título “Obama está equivado”.
El economista y sus seguidores, sostienen que las medidas impulsadas por Obama no son suficientes para devolver la solvencia al sistema bancario y económico del país. Los 787.000 millones de dólares comprometidos hasta ahora por el mandatario no le parecen bastantes al barbudo columnista.
Diversos sectores izquierdistas aliados del Partido Democrático también están haciendo oír su descontento con la posición moderada de un creciente número de legisladores de esa tienda política, que consideran que las medidas económicas de Obama serán perjudiciales para la nación en el futuro.
“Creo que eso es muy poco cuerdo y no ayuda”, dijo Harry Reid, jefe de la mayoría demócrata en el Senado quien, junto con la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, son los portaestandartes de la política de Obama en el Congreso.
Las quejas de los izquierdistas, sin embargo, están más dirigidas a las medidas anunciadas por Obama para aumentar la participación militar de Estados Unidos en Afganistán que a la política económica del nuevo gobierno.
Los liberales temen que Afganistán sea para Obama lo que Iraq fue para Bush y lo que Vietnam representó para la nación en el pasado.
Monday, March 30, 2009
Sunday, March 29, 2009
EL MUNDO EN RECESION
Descontento y pobreza
Por Herman Beals
Las condiciones financieras en Estados Unidos tienen que estar muy malas para que un prominente senador acuse al presidente Barack Obama de que su exorbitante plan de rescate económico pone al país en igualdad de condiciones con la Cuba de Fidel Castro.
El plan de “inversiones” del nuevo mandatario demócrata “crea para nosotros un déficit (comparativo) más alto que el de Cuba. Este no es el tipo de posición en que deseamos poner a Estados Unidos”, declaró Match McConnell, jefe de la minoría republicana en el Senado.
Las ideas de Obama llevarán al país a un déficit de 3,5 trillones de dólares (en el uso en el idioma inglés), lo que equivale a 3,5 billones de dólares en español, según cálculos oficiales.
En cualquier idioma, la enormidad del déficit quita el aliento. Según los opositores del mandatario –y también en sectores moderados de su propio partido—la deuda del gobierno llevará al país a la ruina o, por lo menos, hará que los estadounidenses de dos o tres generaciones estén aún pagando lo que Obama pidió, o se apronta a pedir, prestado a China y otros países.
Pero el presidente está decidido a imponer su programa de gastos que, según él, cumple dos propósitos: salvar al país de la ruina y, al mismo tiempo, impulsar sus proyectos favoritos, entre ellos un nuevo sistema de salud con seguro para todos los norteamericanos, una reforma a la educación, y un énfasis en la adopción de medidas energéticas “verdes” para escapar de la tiranía del petróleo.
Estados Unidos no está sólo en sus problemas económicos. Por el contrario, tiene abundante compañía
El Fondo Monetario Internacional ha advertido que la economía mundial sufrirá una contracción del 0,5 al 1 por ciento este año, una situación que, en palabras del jefe de ese organismo, podría derivar en profunda intranquilidad social y hasta en guerra.
Dominique Strauss-Khan, formuló sus sombríos vaticinios en adelanto a un informe oficial de su entidad sobre el lamentable estado de la situación financiera mundial no sólo en Estados Unidos, Europa y China, sino en todas las regiones del mundo.
“Francamente, la situación es dura”, dijo el economista francés esta semana en Ginebra, sólo días antes de la reunión del Grupo de los 20 en Londres que tratará de buscar soluciones a la crisis que se originó en Estados Unidos y Europa y se ha propagado por todos los rincones del planeta.
Si los temores de Strauss-Kahn se transforman en realidad, la pobreza azotará con toda su fuerzas a millones y millones de personas y hará aún más difícil la situación de quienes, en decenas de naciones subdesarrolladas subsisten con el equivalente de un dólar al día y aún menos que eso.
Según el economista, la crisis tendrá devastadoras repercusiones con una fuerte alza en el desempleo, lo cual provocará desórdenes, “alguna amenaza a la democracia, y en algunos casos también podría culminar en guerra”.
Algunos países subdesarrollados podrían sufrir retrocesos en sus economías hasta del tres por ciento, lo cual constituiría una nueva cifra negativa a nivel mundial.
Mientras no haya más claridad en la economía, no habrá una solución para la crisis, fue el contexto de las declaraciones de Strauss-Kahn. Pero eso parece difícil de conseguir, con los europeos peleándose entre ellos sobre la mejor forma de superar la crisis, y con Estados Unidos sumido en una situación precaria que confunde y atemoriza a los norteamericanos.
Por Herman Beals
Las condiciones financieras en Estados Unidos tienen que estar muy malas para que un prominente senador acuse al presidente Barack Obama de que su exorbitante plan de rescate económico pone al país en igualdad de condiciones con la Cuba de Fidel Castro.
El plan de “inversiones” del nuevo mandatario demócrata “crea para nosotros un déficit (comparativo) más alto que el de Cuba. Este no es el tipo de posición en que deseamos poner a Estados Unidos”, declaró Match McConnell, jefe de la minoría republicana en el Senado.
Las ideas de Obama llevarán al país a un déficit de 3,5 trillones de dólares (en el uso en el idioma inglés), lo que equivale a 3,5 billones de dólares en español, según cálculos oficiales.
En cualquier idioma, la enormidad del déficit quita el aliento. Según los opositores del mandatario –y también en sectores moderados de su propio partido—la deuda del gobierno llevará al país a la ruina o, por lo menos, hará que los estadounidenses de dos o tres generaciones estén aún pagando lo que Obama pidió, o se apronta a pedir, prestado a China y otros países.
Pero el presidente está decidido a imponer su programa de gastos que, según él, cumple dos propósitos: salvar al país de la ruina y, al mismo tiempo, impulsar sus proyectos favoritos, entre ellos un nuevo sistema de salud con seguro para todos los norteamericanos, una reforma a la educación, y un énfasis en la adopción de medidas energéticas “verdes” para escapar de la tiranía del petróleo.
Estados Unidos no está sólo en sus problemas económicos. Por el contrario, tiene abundante compañía
El Fondo Monetario Internacional ha advertido que la economía mundial sufrirá una contracción del 0,5 al 1 por ciento este año, una situación que, en palabras del jefe de ese organismo, podría derivar en profunda intranquilidad social y hasta en guerra.
Dominique Strauss-Khan, formuló sus sombríos vaticinios en adelanto a un informe oficial de su entidad sobre el lamentable estado de la situación financiera mundial no sólo en Estados Unidos, Europa y China, sino en todas las regiones del mundo.
“Francamente, la situación es dura”, dijo el economista francés esta semana en Ginebra, sólo días antes de la reunión del Grupo de los 20 en Londres que tratará de buscar soluciones a la crisis que se originó en Estados Unidos y Europa y se ha propagado por todos los rincones del planeta.
Si los temores de Strauss-Kahn se transforman en realidad, la pobreza azotará con toda su fuerzas a millones y millones de personas y hará aún más difícil la situación de quienes, en decenas de naciones subdesarrolladas subsisten con el equivalente de un dólar al día y aún menos que eso.
Según el economista, la crisis tendrá devastadoras repercusiones con una fuerte alza en el desempleo, lo cual provocará desórdenes, “alguna amenaza a la democracia, y en algunos casos también podría culminar en guerra”.
Algunos países subdesarrollados podrían sufrir retrocesos en sus economías hasta del tres por ciento, lo cual constituiría una nueva cifra negativa a nivel mundial.
Mientras no haya más claridad en la economía, no habrá una solución para la crisis, fue el contexto de las declaraciones de Strauss-Kahn. Pero eso parece difícil de conseguir, con los europeos peleándose entre ellos sobre la mejor forma de superar la crisis, y con Estados Unidos sumido en una situación precaria que confunde y atemoriza a los norteamericanos.
Wednesday, March 18, 2009
Malos tiempos para Obama
El escándalo de AIG
Por Herman Beals
De todas las críticas que de pronto han comenzado a llover sobre el inexperto nuevo presidente de Estados Unidos, probablemente la más devastadora ha provenido de Maureen Dowd: Barack Obama hasta necesita un telepromter para enojarse”.
La columnista de The New York Times, un periódico que abrazó con pasión a Obama durante la campaña electoral como muchos otros en el resto del mundo, se estaba refiriendo al obviamente demorado enojo del mandatario por los 165 millones de dólares otorgados a incompetentes ejecutivos de AIG con dinero de los contribuyentes.
En su prisa por rescatar de la ruina a la gigantesca compañía aseguradora, el gobierno de Obama pasó por alto el hecho de que la empresa había firmado contratos otorgando bonos precisamente a los jefes de la división financiera que llevó a la firma al precipicio.
De esa omisión también fue culpable el gobierno de George Bush al autorizar el primer rescate económico de AIG, pero en esa operación estuvo estrechamente relacionado Tim Geithner, el secretario del Tesoro de Obama, quien parece ser más apto en ignorar el pago de sus propios impuestos que en defender el erario público
Hace unas semanas, Geithner fue instrumental en agregar 30 mil millones de dólares a las sumas dadas antes a AIG, pero pasó por alto los bonos pagados a empleados en Estados Unidos y en el extranjero, muchos de los cuales ni siquiera están ya con la empresa.
El otorgamiento de los bonos provocó ultraje en todos los sectores, lo que llevó a Obama a condenar la medida con una declaración que pareció más orquestada que sincera, leyendo sus palabras en una pantalla electrónica transparente, conocida como telepromter.
De ahí la reacción de Maureen Dowd, quien se especializa en atormentar a los ocupantes de la Casa Blanca, sean estos republicanos, como Bush, o demócratas como Obama.
El período de “luna de miel” que la prensa concede a todo nuevo presidente, parece haber llegado a su fin antes de los primeros dos meses de Obama en el poder y no a los 100 días tradicionales otorgados a otros mandatarios. Bush tampoco disfrutó de ese período en su segundo término, pero nunca fue el regalón de la prensa, como lo es –o lo era— el actual gobernante.
Las críticas adversas no se limitan a los comentaristas derechistas que creen que Obama está conduciendo al país al socialismo con el exceso de injerencia del estado en la economía, el sector de la salud, la ciencia y la educación, si no que han comenzado a surgir entre miembros moderados de su propio Partido Democrático, aunque su ala izquierdista aplaude con entusiasmo al presidente en todo, menos en su envío de más tropas a Afganistán.
Los argumentos de la Casa Blanca que el rescate de AIG comenzó en los tiempos de Bush y que por lo tanto el escándalo de los bonos es un problema “heredado”, no ha encontrado mucho eco en los críticos del actual gobierno.
El economista y personalidad de la televisión, Lawrence Kudlow, calificó el caso de AIG como “un completo fiasco”, que debe ser atribuido a los regímenes de Bush y Obama, “que muestra, una vez más, por qué el gobierno no debería administrar nada, porque no puede administrar nada”
Nadie debería sorprenderse de lo que está pasando, dice Kudlow. “Pero el presidente Obama está realizando la mejor de sus actuaciones. El sabe muy bien que la ira nacional contra los rescates económicos federales y las tomas de control sólo van a empeorar bajo su mirada. Sus números en las encuestas ya están cayendo y el episodio de AIG los va a empujar aún más hacia abajo”.
Duras palabras para un político que hasta hace sólo unos meses no podía hacer nada mal.
Por Herman Beals
De todas las críticas que de pronto han comenzado a llover sobre el inexperto nuevo presidente de Estados Unidos, probablemente la más devastadora ha provenido de Maureen Dowd: Barack Obama hasta necesita un telepromter para enojarse”.
La columnista de The New York Times, un periódico que abrazó con pasión a Obama durante la campaña electoral como muchos otros en el resto del mundo, se estaba refiriendo al obviamente demorado enojo del mandatario por los 165 millones de dólares otorgados a incompetentes ejecutivos de AIG con dinero de los contribuyentes.
En su prisa por rescatar de la ruina a la gigantesca compañía aseguradora, el gobierno de Obama pasó por alto el hecho de que la empresa había firmado contratos otorgando bonos precisamente a los jefes de la división financiera que llevó a la firma al precipicio.
De esa omisión también fue culpable el gobierno de George Bush al autorizar el primer rescate económico de AIG, pero en esa operación estuvo estrechamente relacionado Tim Geithner, el secretario del Tesoro de Obama, quien parece ser más apto en ignorar el pago de sus propios impuestos que en defender el erario público
Hace unas semanas, Geithner fue instrumental en agregar 30 mil millones de dólares a las sumas dadas antes a AIG, pero pasó por alto los bonos pagados a empleados en Estados Unidos y en el extranjero, muchos de los cuales ni siquiera están ya con la empresa.
El otorgamiento de los bonos provocó ultraje en todos los sectores, lo que llevó a Obama a condenar la medida con una declaración que pareció más orquestada que sincera, leyendo sus palabras en una pantalla electrónica transparente, conocida como telepromter.
De ahí la reacción de Maureen Dowd, quien se especializa en atormentar a los ocupantes de la Casa Blanca, sean estos republicanos, como Bush, o demócratas como Obama.
El período de “luna de miel” que la prensa concede a todo nuevo presidente, parece haber llegado a su fin antes de los primeros dos meses de Obama en el poder y no a los 100 días tradicionales otorgados a otros mandatarios. Bush tampoco disfrutó de ese período en su segundo término, pero nunca fue el regalón de la prensa, como lo es –o lo era— el actual gobernante.
Las críticas adversas no se limitan a los comentaristas derechistas que creen que Obama está conduciendo al país al socialismo con el exceso de injerencia del estado en la economía, el sector de la salud, la ciencia y la educación, si no que han comenzado a surgir entre miembros moderados de su propio Partido Democrático, aunque su ala izquierdista aplaude con entusiasmo al presidente en todo, menos en su envío de más tropas a Afganistán.
Los argumentos de la Casa Blanca que el rescate de AIG comenzó en los tiempos de Bush y que por lo tanto el escándalo de los bonos es un problema “heredado”, no ha encontrado mucho eco en los críticos del actual gobierno.
El economista y personalidad de la televisión, Lawrence Kudlow, calificó el caso de AIG como “un completo fiasco”, que debe ser atribuido a los regímenes de Bush y Obama, “que muestra, una vez más, por qué el gobierno no debería administrar nada, porque no puede administrar nada”
Nadie debería sorprenderse de lo que está pasando, dice Kudlow. “Pero el presidente Obama está realizando la mejor de sus actuaciones. El sabe muy bien que la ira nacional contra los rescates económicos federales y las tomas de control sólo van a empeorar bajo su mirada. Sus números en las encuestas ya están cayendo y el episodio de AIG los va a empujar aún más hacia abajo”.
Duras palabras para un político que hasta hace sólo unos meses no podía hacer nada mal.
Saturday, March 14, 2009
DE IGUAL A IGUAL
Lula y Obama
Por Herman Beals
Usted puede no ser amigo de Lula, pero cuando se reunió con Barack Obama en la Casa Blanca, el presidente de Brasil habló por todos los latinoamericanos, sin genuflexiones ni sonrisitas falsas.
La actitud del mandatario brasileño fue digna y encomiable. Luiz Inácio Lula da Silva dijo lo que tenía que decirle al presidente estadounidense, sin bajar la voz y, en todo momento, defendiendo los intereses de su país, de América Latina y de las regiones subdesarrolladas del mundo.
Obama respondió de manera adecuada, sabedor de que su visitante provenía de una nación que se ha ido afianzando como una potencia mundial, cuya voz tiene peso en la mayor parte de América Latina.
La reunión de igual a igual entre los dos líderes presentó un marcado contraste con los recientes peregrinajes a La Habana de dos presidentas sudamericanas, la argentina Cristina Fernández y la chilena Michelle Bachelet.
Ambas acudieron a rendir pleitesía a un cruel y gastado dictador sin que su gesto de solidaridad política con el anciano ex gobernante comunista cubano fuera de provecho alguno para sus naciones.
Y, en el caso de la señora Bachelet, no sólo eso, si no que Fidel reciprocó la visita con un endoso gratuito a las aspiraciones marítimas de Bolivia y un desaire a Chile.
La autorizada voz de Lula también debió haber dado escalofrío a Hugo Chávez, el ex paracaidista y socialista venezolano que se aferra al poder para desesperación de sus compatriotas dignos que no están dispuestos a cambiar su voto por un plato de comida.
Venezuela, un país bendecido con grandes riquezas naturales y que en tiempos mejores se alzó como una legítima fuerza en el concierto de las naciones latinoamericanas, ha sido relegada por las ideas y acciones de Chávez a un segundo plano.
Brasil, en cambio, habla de igual a igual con Estados Unidos, sin recurrir a insultos y acusaciones sin base, como ocurre en el caso del desorbitado presidente venezolano.
Lula y Obama examinaron ampliamente la situación financiera mundial y la incidencia que el derrumbe económico ha tenido en sus dos países, prometiendo que harán lo posible por buscar remedio a la situación en la reunión del Grupo de los 20.
Al mismo tiempo, exploraron los medios para una estrecha colaboración en el campo de la energía no dependiente del petróleo, un sector en el cual Brasil está más adelantado que Estados Unidos.
“Estados Unidos tiene mucho que aprender de Brasil”, confesó Obama al hablar sobre los recursos de energía renovable.
Un punto de desacuerdo entre los dos países es el gravamen que Washington aplica a las importaciones de productos como el etanol, que Brasil está en condiciones de suplir a Estados Unidos para paliar la dependencia del petróleo. Es un punto delicado que toca a muchos intereses estadounidenses y, aunque no hubo un avance decisivo sobre la materia, Obama dejó la puerta abierta para una solución en el futuro.
Ambos mandatarios hablarán nuevamente durante la Conferencia del Grupo de los 20 en Inglaterra el 2 de abril y luego cuando Obama vaya a Brasil, como ya lo anunció. La visita de Lula fue la primera de un presidente latinoamericano desde que el nuevo gobernante, de 46 años, asumió el poder, el 20 de enero.
La visita a la Casa Blanca culminó con una conferencia de prensa conjunta de los dos presidentes, con Lula conmiserando a Obama por los problemas que enfrenta debido a la crisis financiera, a lo que el nuevo mandatario estadounidense le respondió, en medio de risas, que eso coincidía con lo que le dice su esposa.
Por Herman Beals
Usted puede no ser amigo de Lula, pero cuando se reunió con Barack Obama en la Casa Blanca, el presidente de Brasil habló por todos los latinoamericanos, sin genuflexiones ni sonrisitas falsas.
La actitud del mandatario brasileño fue digna y encomiable. Luiz Inácio Lula da Silva dijo lo que tenía que decirle al presidente estadounidense, sin bajar la voz y, en todo momento, defendiendo los intereses de su país, de América Latina y de las regiones subdesarrolladas del mundo.
Obama respondió de manera adecuada, sabedor de que su visitante provenía de una nación que se ha ido afianzando como una potencia mundial, cuya voz tiene peso en la mayor parte de América Latina.
La reunión de igual a igual entre los dos líderes presentó un marcado contraste con los recientes peregrinajes a La Habana de dos presidentas sudamericanas, la argentina Cristina Fernández y la chilena Michelle Bachelet.
Ambas acudieron a rendir pleitesía a un cruel y gastado dictador sin que su gesto de solidaridad política con el anciano ex gobernante comunista cubano fuera de provecho alguno para sus naciones.
Y, en el caso de la señora Bachelet, no sólo eso, si no que Fidel reciprocó la visita con un endoso gratuito a las aspiraciones marítimas de Bolivia y un desaire a Chile.
La autorizada voz de Lula también debió haber dado escalofrío a Hugo Chávez, el ex paracaidista y socialista venezolano que se aferra al poder para desesperación de sus compatriotas dignos que no están dispuestos a cambiar su voto por un plato de comida.
Venezuela, un país bendecido con grandes riquezas naturales y que en tiempos mejores se alzó como una legítima fuerza en el concierto de las naciones latinoamericanas, ha sido relegada por las ideas y acciones de Chávez a un segundo plano.
Brasil, en cambio, habla de igual a igual con Estados Unidos, sin recurrir a insultos y acusaciones sin base, como ocurre en el caso del desorbitado presidente venezolano.
Lula y Obama examinaron ampliamente la situación financiera mundial y la incidencia que el derrumbe económico ha tenido en sus dos países, prometiendo que harán lo posible por buscar remedio a la situación en la reunión del Grupo de los 20.
Al mismo tiempo, exploraron los medios para una estrecha colaboración en el campo de la energía no dependiente del petróleo, un sector en el cual Brasil está más adelantado que Estados Unidos.
“Estados Unidos tiene mucho que aprender de Brasil”, confesó Obama al hablar sobre los recursos de energía renovable.
Un punto de desacuerdo entre los dos países es el gravamen que Washington aplica a las importaciones de productos como el etanol, que Brasil está en condiciones de suplir a Estados Unidos para paliar la dependencia del petróleo. Es un punto delicado que toca a muchos intereses estadounidenses y, aunque no hubo un avance decisivo sobre la materia, Obama dejó la puerta abierta para una solución en el futuro.
Ambos mandatarios hablarán nuevamente durante la Conferencia del Grupo de los 20 en Inglaterra el 2 de abril y luego cuando Obama vaya a Brasil, como ya lo anunció. La visita de Lula fue la primera de un presidente latinoamericano desde que el nuevo gobernante, de 46 años, asumió el poder, el 20 de enero.
La visita a la Casa Blanca culminó con una conferencia de prensa conjunta de los dos presidentes, con Lula conmiserando a Obama por los problemas que enfrenta debido a la crisis financiera, a lo que el nuevo mandatario estadounidense le respondió, en medio de risas, que eso coincidía con lo que le dice su esposa.
Monday, March 2, 2009
Una montaña de deudas
Obama, el hermano mayor
Por Herman Beals
NUEVA YORK. Con el cuento de “¡Viene el Lobo, Viene el Lobo!” Barack Obama ha logrado una de las más memorables hazañas de la política estadounidense, una que los izquierdistas como él soñaban desde los tiempos del Nuevo Trato de Franklin Delano Rossevelt y la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson: el regreso del gobierno como el hermano mayor cuya misión es mirar por el resto de la familia.
Tan pronto como el Congreso, dominado por el Partido Democrático de Obama, aprobó su ley de estímulo a la economía, sin un solo voto republicano en la Cámara de Representantes y con el apoyo de sólo tres senadores en la cámara alta, el mandatario cambió su sombrío pronóstico de que la economía estaba al borde del precipicio para expresar esperanza en el futuro. Nadie duda de que la situación financiera es difícil pero, hasta que consiguió lo que quería, el presidente vaticinaba poco menos que el Apocalipsis.
Obama, a todas luces, probó así que su inteligencia y capacidad de maniobra va mucho más allá de lo que sus adversarios le atribuían.
La recién reencontrada nueva esperanza se basa en estimados de crecimiento en los próximos años, los que muy pocos economistas respetables comparten por considerarlos demasiados optimistas. Pero la Casa Blanca, donde Obama reina como monarca absoluto, reitera que todo será color de rosa y el presidente ha prometido reducir el gigantesco déficit presupuestario de Estados Unidos a la mitad al final de su primer término, en el 2013.
Si los economistas están equivocados y Obama correcto, mejor para el país. Pero si el presidente está errado, mejor que se olvide de un segundo término y el mismo lo ha dicho de un modo u otro. Obama ha demostrado que detrás de su lengua dorada hay un cerebro brillante y calculador, le guste o no a sus detractores.
Por ahora los liberales (izquierdistas) que hicieron posible su ascensión a la presidencia están extasiados, como lo puso la columnista Eleanor Clift, quien no es ajena a esa corriente.
Ella escribió:
“Los muchos de millones de liberales que apostaron que un joven, carismático político podría llegar a ser un gran presidente están ahora creyendo que están en el nirvana político. Primero, el presidente Obama anunció una intrépida agenda sobre energía, educación y cuidado de la salud ante el Congreso… Enseguida produjo un presupuesto respaldando esos compromisos”.
“Algunos miembros del Congreso reaccionaron con escepticismo cuando Obama dijo que reduciría a la mitad el déficit para fines de su primer término. Pero, comparado con los otros desafíos que enumeró, como salvar el capitalismo y encontrar cura para el cáncer, reducir el déficit es algo menor. Sus oponentes afirman que él es irrealista y hasta peligroso”, dice la columnista, aparentemente no muy convencida ella misma de que todo lo prometido se convierta en realidad.
El proyecto de ley de estímulo fue aprobado sin que virtualmente ninguno de los legisladores tuviera la oportunidad de leer sus artículos. Pero la mayoría demócrata no tenía necesidad de hacerlo. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el jefe de la mayoría en el Senado, Harry Reid, sabían que en sus mil y tantas páginas, y en el presupuesto para este año presentado por la Casa Blanca poco después, había resucitado “El Gran Gobierno” que Ronald Reagan había sepultado décadas antes.
Con razón, el respetado Times de Londres dijo en un gran titular tras las maniobras del nuevo presidente:
“Obama entierra las Reaganeconomías bajo de una montaña de 3,6 trillones de dólares”.
Un trillón, en inglés, equivale a un millón de millones en español.
A manera de ejemplo sobre el futuro de deudas que espera a los norteamericanos con los nuevos gastos (que el gobierno de Obama prefiere llamar “inversiones”), el Times dijo “que las hijas del presidente, Madia de 10 años, y Sasha, de 7, junto con los otros miembros de su generación probablemente llegarán a la edad adulta cargados de deuda”.
Por Herman Beals
NUEVA YORK. Con el cuento de “¡Viene el Lobo, Viene el Lobo!” Barack Obama ha logrado una de las más memorables hazañas de la política estadounidense, una que los izquierdistas como él soñaban desde los tiempos del Nuevo Trato de Franklin Delano Rossevelt y la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson: el regreso del gobierno como el hermano mayor cuya misión es mirar por el resto de la familia.
Tan pronto como el Congreso, dominado por el Partido Democrático de Obama, aprobó su ley de estímulo a la economía, sin un solo voto republicano en la Cámara de Representantes y con el apoyo de sólo tres senadores en la cámara alta, el mandatario cambió su sombrío pronóstico de que la economía estaba al borde del precipicio para expresar esperanza en el futuro. Nadie duda de que la situación financiera es difícil pero, hasta que consiguió lo que quería, el presidente vaticinaba poco menos que el Apocalipsis.
Obama, a todas luces, probó así que su inteligencia y capacidad de maniobra va mucho más allá de lo que sus adversarios le atribuían.
La recién reencontrada nueva esperanza se basa en estimados de crecimiento en los próximos años, los que muy pocos economistas respetables comparten por considerarlos demasiados optimistas. Pero la Casa Blanca, donde Obama reina como monarca absoluto, reitera que todo será color de rosa y el presidente ha prometido reducir el gigantesco déficit presupuestario de Estados Unidos a la mitad al final de su primer término, en el 2013.
Si los economistas están equivocados y Obama correcto, mejor para el país. Pero si el presidente está errado, mejor que se olvide de un segundo término y el mismo lo ha dicho de un modo u otro. Obama ha demostrado que detrás de su lengua dorada hay un cerebro brillante y calculador, le guste o no a sus detractores.
Por ahora los liberales (izquierdistas) que hicieron posible su ascensión a la presidencia están extasiados, como lo puso la columnista Eleanor Clift, quien no es ajena a esa corriente.
Ella escribió:
“Los muchos de millones de liberales que apostaron que un joven, carismático político podría llegar a ser un gran presidente están ahora creyendo que están en el nirvana político. Primero, el presidente Obama anunció una intrépida agenda sobre energía, educación y cuidado de la salud ante el Congreso… Enseguida produjo un presupuesto respaldando esos compromisos”.
“Algunos miembros del Congreso reaccionaron con escepticismo cuando Obama dijo que reduciría a la mitad el déficit para fines de su primer término. Pero, comparado con los otros desafíos que enumeró, como salvar el capitalismo y encontrar cura para el cáncer, reducir el déficit es algo menor. Sus oponentes afirman que él es irrealista y hasta peligroso”, dice la columnista, aparentemente no muy convencida ella misma de que todo lo prometido se convierta en realidad.
El proyecto de ley de estímulo fue aprobado sin que virtualmente ninguno de los legisladores tuviera la oportunidad de leer sus artículos. Pero la mayoría demócrata no tenía necesidad de hacerlo. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el jefe de la mayoría en el Senado, Harry Reid, sabían que en sus mil y tantas páginas, y en el presupuesto para este año presentado por la Casa Blanca poco después, había resucitado “El Gran Gobierno” que Ronald Reagan había sepultado décadas antes.
Con razón, el respetado Times de Londres dijo en un gran titular tras las maniobras del nuevo presidente:
“Obama entierra las Reaganeconomías bajo de una montaña de 3,6 trillones de dólares”.
Un trillón, en inglés, equivale a un millón de millones en español.
A manera de ejemplo sobre el futuro de deudas que espera a los norteamericanos con los nuevos gastos (que el gobierno de Obama prefiere llamar “inversiones”), el Times dijo “que las hijas del presidente, Madia de 10 años, y Sasha, de 7, junto con los otros miembros de su generación probablemente llegarán a la edad adulta cargados de deuda”.
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