Friday, December 4, 2009
MORITA
Herman Beals
Morita es una persona maravillosa. Tiene que serlo para haberme soportado durante 45 años. Nadie más podría haberlo hecho, aunque tengo que confesar que han habido algunos momentos difíciles.
Ennumeraré algunos de esos momentos, pero sólo los que, con el transcurso del tiempo, aparecen más como hechos entretenidos que problemas serios.
A poco de casarnos y cuando Morita estaba embarazada de seis o siete meses con nuestro primer hijo, la enviamos a Valparaíso a cubrir el regreso de la Esmeralda, el buque escuela de la Armada chilena, que volvía de un periplo alrededor del mundo para enseñar a los cadetes los secretos de la navegación.
Digo la enviamos, porque ella era reportera y yo uno de sus jefes en el departamento de prensa en una emisora de la capital chilena.
Cuando Morita regresó, le pregunté como le había ido. “Mal”, me dijo. “El embarazo hizo que me mareara a bordo de la Esmeralda. Estuve tan enferma”. Yo me conmiseré de ella, pero toda mi compasión terminó abruptamente al día siguiente cuando uno de los principales diarios de Santiago publicó en su primera página una foto del capitán del buque bailando una cueca (la danza típica chilena) … con Morita.
Años después, Morita se quedó temporalmente en Virginia, cerca de Washington, donde vivíamos, mientras yo me fui a trabajar con una agencia de noticias en Miami.
A poco de mi estada en Miami, Morita me anunció que viajaría a Miami para verme. Me dijo que llegaría a las 9 de la noche por American Airlines. Yo la esperé diligentemente a esa hora en la puerta de salida de esa aerolínea. Pasaron los minutos, los pasajeros terminaron de salir y Morita no apareció.
Como hay miles de vuelos cada día en Estados Unidos, pensé que ella había perdido su avión y que llegaría en el próximo. Tampoco llegó y para entonces ya habían pasado dos horas.
Preocupado por la posibilidad de que le hubiera ocurrido algo a Morita, commencé a buscar un teléfono para llamar a la casa en Virginia y averiguar qué había pasado.
En esos años no había teléfonos celulares como ahora y, en mi búsqueda de una caseta telefónica, me acerque al mostrador de United. Allí estaba Morita echando fuego por la boca.
Sin ni siquiera saludarme, me armó uno de los más grandes escándalos vividos en décadas por haberla hecho esperar tanto tiempo. Yo, pensando que me había equivocado de aerolínea, me disculpé lo mejor que pude, mientras ella amenazaba con regresar a Virginia en el próximo vuelo.
Finalmente hicimos las pases. Al día siguiente, le conté por telefóno a Herman Jr., lo que había pasado y nuestro hijo no podía creer lo que yo le estaba diciendo.
“Imposible”, de dijo. “Ella viajó por American Airlines, no por United”.
Pero era precisamente lo que había hecho. Hasta hoy no podemos explicarnos como es que viajó en United con un boleto de American Airlines.
Quizás porque eso ocurrió antes del terrorismo del 11 de septiembre, pero aún así lo que hizo Morita era casi imposible incluso antes de los terribles ataques en Nueva York y Washington.
Otra vez, mientras yo cubría un Campeonato Mundial de Fútbol en Alemania, ella y Herman Jr., viajaron hasta esa ciudad para reunirse conmigo y hacer una gira por Europa después del torneo. La esperé durante horas en el aeropuerto y, finalemente decidí regresar a la ciudad, decepcionado, enojado y preocupado.
Cuando descendí del tren que une el aeropuerto con el centro de Francfort, lo primero que vi fue a Morita y Herman Jr. ¿Qué había pasado? Sin escuchar el consejo del niño, habían salido del avión por el pasillo dedicado a los diplomáticos y por eso yo nunca los había visto.
Finalmente, Morita no es el nombre official de Morita. Todos le decimos así porque su apellido es Mora, y su nombre completo Angélica Mora. Sólo en su pasaporte, su licencia de conducir y en los cheques que firma aparece como Beals…. pero así es Morita.
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