Sunday, March 14, 2010
SANDÍAS
Herman Beals
Nueva York
EL reciente comentario de un prominente ex presentador de noticias por televisión de que el presidente Barack Obama “ni siquiera es capaz de vender sandías a la orilla del camino”, me hizo recordar una fracasada iniciativa que hace muchos años tuvimos mi primo Jaime: vender sandías por las calles de Villa Alegre, en la región central de Chile.
Los alimentos más frecuentemente asociados con las personas negras son los pollos y las sandías, de modo que la afirmación de Dan Rather fue interpretada como una velada referencia racista hacia el mandatario estadounidense.
Otros dijeron que sólo se había tratado de una frase empleada frecuentemente para referirse a la incapacidad de lograr algo. En este caso específico, Rather, quien es de tendencia izquierdista, estaba hablando de las dificultadas encontradas por Obama entre sus propios correligionarios demócratas para hacer aprobar su proyecto favorito, la reforma a la industria de la salud.
Hasta hace unos años, era frecuente encontrar en los estantes de las tiendas de las estaciones de gasolina, especialmente en el sur del país, a una simpática figura de un niño negro comiendo una enorme rebanada de sandía. Pero la figurita de porcelana ha ido desapareciendo en estos tiempos de extrema corrección política.
Pero, volviendo a las sandías de Villa Alegre. Ese año la chacra de la familia Lara, había producido una extraordinaria cantidad de ese producto. Había una montaña de sandías bajo un corredor y, por más empeño que le pusiéramos, era imposible comerlas todas. De ahí surgió la idea de vender algunas docenas en el pueblo.
Para hacerlo, cargamos las sandías en un carretón tirado por un caballo y nos dirigimos al pueblo, a unos dos o tres kilómetros de distancia. Pero, tan pronto como llegamos a la calle principal –que en esos tiempos también era parte de la Carretera Panamericana-- nos dimos cuenta que teníamos un problema que no habíamos tenido en cuenta: todo el mundo nos conocía en Villa Alegre y ¿con qué cara le íbamos a vender las sandías a nuestros amigos y amigas, en especial a estas últimas, que eran bastantes?
Pero ya estábamos allí y no íbamos a volver a la casa con las sandías, de manera que fuimos casa por casa, regalándolas. Para ser honesto, creo que debemos haber vendido algunas pocas, pero a los “afuerinos”, aquellos que no nos conocía y estaba de paso por el pueblo.
Probablemente la aventura me convenció de que había formas más fáciles de ganarse la vida y, por eso, a poco años después de la fracasada venta de sandías, soy periodista.
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muy buen relato. Muy costumbrista
ReplyDeletedeje un comentario en la cronica el durazno.
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