Monday, July 5, 2010

RECUERDOS DE UN DIA ACIAGO

90219232_d707998a9b
Masacre de Munich:

Por Herman Beals

Los organizadores de las Olimpiadas de Munich se habían esforzado por mantener feliz a la prensa. Habían instalado una Villa para los periodistas y un Centro de Prensa amplio y bien equipado donde estaban las oficinas de las principales agencias de noticias y los enviados de los grandes periódicos.
El edificio era de varios pisos, los refrescos de máquinas eran gratis y, además, en dos de las esquinas de cada nivel había dos bares: uno de leche, poco frecuentado, y otro de cócteles y bebidas alcohólicas en general que, como es fácil adivinar, siempre tenía clientes. Ese día, cuando llegué temprano en la mañana, me sorprendió que los bares estuvieran vacíos.

Pero, aunque yo no lo sabía en ese instante, ese era un día especial.

Era el 5 de septiembre de 1972, fecha que sería, y es, conocida como el aciago día de la Masacre de Munich.

Ahora que lo pienso, mientras caminaba desde los cercanos apartamentos donde alojábamos los periodistas hasta el Centro de Prensa, creí notar menos actividad que de costumbre. Había pocas nubes y el sol ya estaba alto, pero no parecía reinar la animación, la alegría y la buena disposición generalmente presentes en los Juegos Olímpicos.

Tan pronto como llegué, el jefe a cargo del equipo de periodistas, me dijo que me había estado llamando al apartamento, que tomara uno de los automóviles con chófer que tenía contratados la agencia UPI de la cual yo era el Jefe de Deportes y que me acercara lo más posible a la Villa Olímpica, donde algo terrible había sucedido durante la madrugada, aunque los detalles eran aún inciertos.

Pasarían muchas horas de ansiedad, incertidumbre y desinformación, antes de que todos los detalles del asesinato de 11 atletas israelíes por ocho terroristas del grupo “Septiembre Negro” fueran conocidos.

Todo esto me ha venido a la mente tras haber leido que Mohammed Daud Udeh, a quien se atribuyó haber planificado a la distancia la masacre de los deportistas judíos, acaba de morir en Damassco, Siria, a los 73 años, de una complicación renal.

El terrorista era más conocido por el nombre de guerra que había adoptado, Aba Daud. Había ideado el ataque y secuestro de los atletas para conseguir que fueran puestos en libertad 234 palestinos presos en cárceles israelíes y de otros dos en prisiones alemanas.

El deseo de Alemania Occidental de presentar un país libre, democrático, sin conexión alguna con el nazismo del pasado, facilitó la tarea de los terroristas.

La mayoría de ellos, vestidos con “buzos” negros y bolsos deportivos (donde escondían las armas) sencillamente treparon la alambrada alrededor de la Villa Olímpica. Incluso fueron ayudados por verdaderos atletas creyendo que se trataba de deportistas como ellos que usaban esa vía cada noche al regresar de sus juergas por la ciudad.

Pero, como yo comprobé personalmente horas después, era muy fácil entrar a la villa.

Cuando le indiqué al chófer que deseaba ir lo más cerca posible de la Villa, me respondió (no recuerdo si en alemán o español), que no me preocupara.

Cuando llegamos a la Villa, que yo había visitado para hacer entrevistas y comprar "Carmina Burana" en una de sus tiendas de disco, me sorprendió ver que el chófer no se detenía, sino que ingresaba por una entrada que había por debajo de los edificios y que, supongo, en tiempos normales era utilizada por los camiones de abastecimiento.

Pero esos no eran tiempos normales.

Las autoridades olímpicas, temerosas de que la matanza de los atletas judíos influyera en otros terroristas en el futuro, al principio decidieron, increíblemente. que los juegos continuaran, como si nada hubiera pasado, y eso contribuyó a la confusión.

Luego, bajo intensa presión, los juegos fueron suspendidos, pero no clausurados, 12 horas después. La confusión duraría todo el día y la noche siguiente, lo cual contribuyó a esparcir versiones falsas de lo ocurrido.

En horas de la noche se informó que los atletas que no habían sido asesinados en la villa habían sido trasladado al aeropuerto como rehenes y que allí habían sido rescatados con vida. Pero eso era falso. Los palestinos terminaron allí la matanza, utilizando balas y granadas.

Ocho de los secuestradores murieron por las balas de los cinco francotiradores que habían sido enviados al aeropuerto. Pero esa cantidad probó ser insuficiente debido a que las autoridades creían que los terroristas eran “tres o cuatro” cuando en realidad eran ocho.

Todo terminó a la 1.30 de la madrugada, pero la real verdad aún no se conocía.

Los tres que escaparon con vida serían puestos en libertad cuando terroristas se apoderaron de un avión de Lufthansa el 29 de octubre y exigieron su liberación. El gobierno alemán occidental accedió prontamente, lo que hizo levantar más de una ceja, en medio de especulaciones de que el “secuestro” pudo haber sido una maniobra conjunta. El juicio de los palestinos se aproximaba y Bonn, según versiones circulantes entonces, prefería escapar a la publicidad que ello atraería, reviviendo de nuevo los detalles de la masacre.

El 5 de septiembre fue un largo día y, para reporteros como yo, sólo terminaría la madrugada siguiente.

Nunca olvidaré cuando el Ministro del Interior, a quien le faltaba un brazo –posiblemente perdido durante la guerra— convocó a una conferencia de prensa para revelar la funesta verdad de lo ocurrido.

Habían trascurrido muchas horas desde mi caminata al Centro de Prensa y el confiado, alegre y hermoso espíritu olímpico habían cambiado para siempre.

No comments:

Post a Comment